Pentecostés.
P. Celerino Anciano o.p.
El nombrecito es raro, pero lo que pasó aquel día, fue divino. Jerusalén se volvió un zaperoco delicioso. La gente estaba feliz; los Apóstoles con la Virgen María a la cabeza estaban que no cabían de satisfacción, eufóricos, como en una nube. Claro que primero se echaron su buena asustadita, con una especie de mini huracán que sacudió la casa en la que estaban escondidos por puro miedo; por si fuera poco, apareció candela pura sobre la cabeza de cada uno; pero nada de quemarse, al contrario, les entró por el alma adentro una alegría, una fuerza y unas ganas de predicar, enseñar y convencer a las gentes de que Jesucristo era de verdad el Hijo de Dios y que había resucitado y que de ese momento en adelante aunque los molieran a palos o los volvieran picadillo, ellos, los Apóstoles y todos los que los acompañaban, jamás dejarían de "dar testimonio" del Señor y de su Evangelio. El gentío que andaba por esas fiestas en la gran Jerusalén, estaban admirados, confundidos y super-extrañados de ver y oír a aquella cuerda de locos, con aquel fuego en sus palabras y tamaña fuerza de convicción. pero sin poder dejar de oírlos y aplaudirlos.
Tomando en cuenta que aquello parecía una solemne sesión de la ONU; cada quien hablaba su propio idioma y se entendía con los suyos; pero cuando hablaba san Pedro y los otros, entonces los entendían cada uno en su propia lengua. ¡Qué mantequilla! Por supuesto que el viento y el fuego y todo lo demás que ocurrió en aquella ocasión no era ni más ni menos que la presencia viva, activa y contundente del Espíritu Santo, el mismo que Jesús les había prometido en tantas ocasiones. El que les iba a enseñar muchas más cosas y se las iba a hacer entender, el Consolador, el Defensor, el Alma de la Iglesia que nacía en esos momentos, en ese día, en ese Pentecostés. Entre los innumerables e invalorables regalos que nos trajo el Espíritu Santo se cuentan sus famosos DONES. Siete (7) dones, que dice el catecismo, pero que sabemos que fueron muchísimos más, a tal punto que todavía hoy, el Espíritu Santo no ha parado en ese maravilloso y divino oficio de regalar todo lo bueno y santo, a todos y a cada uno de sus hijos. El, el Espíritu Santo es el DADOR DE TODO BIEN. Sus siete DONES son tan especiales que merecen recordarlos y pedirlos con toda la devoción de que seamos capaces. Santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, que le dicen, explica de maravilla estos siete dones, merece la pena que se den una vueltecita por lo que escribió. Uno se siente como que le estuviera cayendo de nuevo el agua del bautismo.
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